Mc 1,14-20 |
Juan prepara el camino. Anuncia que detrás de él viene el que puede más que él y a quien no merece - ni es digno - de agacharse para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo.
Es la hora y el momento de Jesús que empieza en el Jordán, donde conviene ser bautizado y así se lo indica a Juan. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.
Es en ese momento cuando vemos que Jesús es presentado por el Padre señalándolo como el Hijo amado y el predilecto. Jesús viene enviado por el Padre para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado. ¿Qué esclavitud? La esclavitud de la soberbia; la esclavitud de la arrogancia; la esclavitud de la prepotencia; la esclavitud de la ira; la esclavitud de la avaricia; la esclavitud de la gula, de la lujuria, del placer, de la riqueza, del poder, la pereza, las ideologías y, lo peor, la de desear ser como Dios.
Ese fue el pecado que nos esclavizó en nuestra propia carne, desterrados a este mundo y de donde únicamente podemos salir por la mediación de nuestro Señor Jesús, enviado por el Padre para darnos esa liberación. Es, misterio de amor, Dios quien nos buscas y nos envía a su Hijo predilecto para anunciarnos su Amor y su ofrecimiento de liberación de ese pecado que nos esclaviza. Para eso viene Jesús, y, sin pecado, accede a bautizarse para recorrer como nosotros ese camino que Él nos señala para liberarnos.
Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y siguiendo sus pasos, a través de su Palabra y el Alimento Eucarístico encontraremos, asistido por el Espíritu Santo recibido en nuestro bautismo, el camino para llegar a la Casa del Padre.
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