El publicano volvió a casa ... |
Cuando uno recibe un regalo de forma gratuita, instintivamente, se siente agradecido y brotan de sus labios palabras de agradecimiento. No procede engreirse ni sentirse con mérito para ellos porque es conocedor de su gratuidad y no de su merecimiento.
Así las cosas, no surge la vanidad ni la suficiencia de creerse con méritos para vanagloriarse y distinguirse de aquellos otros que no alcanzan tales dones. Porque todo me ha sido dado gratis para ponerlo a disposición de los demás compartiéndolo según convenga y proceda.
La arrogancia del cumplidor le pierde porque la perfección no nos viene del cumplimiento de nuestros actos sino de la fuerza y capacidad de amar de nuestro corazón. No basta con cumplir y mirar para otro lado y exigir que los otros hagan lo mismo, pues posiblemente yo haya recibido más que tú. Sólo hay que amar y para amar hay que revestirse de humildad.
Lo recibido gratis hay que ofrecerlo gratis y, por lo tanto, nada me pertenece y de nada puedo vanagloriarme, pues todo es Gracia de DIOS, recibida para compartirla.
Deja, SEÑOR, que mis cualidades sirvan
para servir y no para lucir. Que
entienda que nada es mío,
sino que de TI lo he
recibido para
compartirlo. Amén.
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