(Jn 1,1-18) |
Es una Verdad que repetimos mucho a lo largo de nuestra vida, y también a lo largo del año. Jesucristo es el Hijo de Dios Vivo. Y lo hacemos porque es verdad y porque es el fundamento de nuestra fe: Jesucristo es el Hijo de Dios Vivo, que ha entregado su Vida en una Muerte de Cruz, para luego, al tercer día, Resucitar venciendo a la muerte y prometiéndonos también a nosotros, los que en Él creemos, resucitar también.
Las palabras de Juan en el Evangelio son una declaración de esta verdad: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Se nos estremece el corazón cuando meditamos estas palabras, porque Jesús vive dentro de nosotros y el corazón, como sucediese con el otro Juan, el Bautista, exulta de alegría y de asombro ante la presencia del Señor. Viene como anillo al dedo este Evangelio de hoy, porque nos recuerda lo que hemos celebrado hace sólo unos días: Ha nacido el Salvador en Belén. Ese Niño Dios que, siendo Niño, ha tomado la naturaleza Humana, para igualado como nosotros, menos en el pecado, anunciarnos la locura de Amor de su Padre Dios que lo ha enviado.
Juan, su primo, el Bautista, fue enviado a dar testimonio de su venida, y a preparar los caminos de su Señor. Él no era la Palabra, sino testigo y anunciador de la Palabra. Testigo de la Luz que ya habitaba entre nosotros.
Anunciemos, como Juan Bautista, y como Juan Evangelista, que la Palabra, Dios, se hace Hombre y habita entre nosotros. Y nos ilumina y nos salva. ¡Bendito sea el Hijo de Dios, encarnado de María en el Mesías que ha de venir a salvarnos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.