(Mt 9,32-38) |
Cuando no se está dispuesto ni se quiere creer se buscan y encuentran razones que puedan justificar nuestro rechazo a la fe, y también a los obras. Es el caso del Evangelio de hoy: En aquel tiempo, le presentaron un mudo endemoniado. Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel». Pero los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios».
Siempre están prestos los que no quieren creer porque no quieren moverse de sus sillones bien instalados y cómodos. Podíamos encontrar hoy mismo parangón con lo que está ocurriendo en nuestro país tras las últimas elecciones. La ambición a los sillones amenaza con la decadencia y gravedad que, en no ponerse de acuerdo y actuar para poner en marcha al país, terminará sumiéndole en una grave y peor crisis que las ya sufridas.
Por lo tanto, no es cosa nueva ni extraña que aquellos fariseos ante la evidencia del poder de Jesús salieran por la tangente y achacaran ese poder al demonio. Entendemos por qué Jesús, después de su Resurrección, se apareció a los suyos y a los que confiaban en Él. Igual sucedió con el rico epulón, que después de muerto quiso que Abrahán enviase a Lázaro a casa de su padre para que sus hermanos creyeran (Lc 16, 19-31).
Pero, la cuestión es la siguiente: ¿En qué actitud estamos nosotros? Puede ser que nos creamos mejor que esos fariseos o que aquel rico epulón, pero ¿creemos nosotros en el Señor? Y si es así, ¿cuál es nuestro compromiso? Porque hay mucha gente dispersa, cansada y desorientada y necesitan pastor. La mies es mucha y los obreros pocos. ¿Tu fe te lleva a comprometerte y a darte en la medida de tus posibilidades y talentos recibidos, para colaborar con la Iglesia en la tarea de anunciar el Reino de Dios?
Pidamos luz y fortaleza para discernir nuestro compromiso y no dejarlo pasar instalándonos en la comodidad y el confort que el mundo nos ofrece. Porque hay mucha gente que te necesita.
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