(Lc 11,27-28) |
Los piropos y halagos y toda clase de lisonja no sirven para nada, porque la vida de la Gracia no consiste en ser piropeados ni halagados, sino en vivir la Palabra de Dios y hacerla cumplir en mi propia vida. No es ni será dichoso aquel que tenga éxito en su vida en este mundo, sino el que viva según el mandato del Señor. Un mandato que consiste simplemente en amar.
Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Y el modelo es Jesús. Amar fijándonos en Él; amar como nos ama Él; amar como nos enseña Jesús. Nuestro seguimiento al Señor es auténtico sólo si nuestra vida camina en el esfuerzo de parecerse a Él. Esa es la verdadera dicha, la de vivir en el amor de Aquel que nos ha creado.
Tratemos, pues, de vivir y cumplir la Voluntad de nuestro Padre Dios, esforzándonos en ser fieles a su Palabra y en hacerla vida despojándonos de toda avaricia, envidia, egoísmos y perversiones que nos alejan de su presencia. Para y por ello, necesitamos estar constantemente en su presencia, que no es sino tomar conciencia que el Espíritu Santo nos acompaña a todas partes y podemos invocarle y ponernos en sus Manos en cada momento.
Pidamos esa Gracia sabiendo que es el mismo Señor quien nos invita a pedir, a no dejar de insistir y a tener confianza que si pedimos recibiremos.
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