(Lc 11,15-26) |
La envidia, el odio y la ceguera nos llevan a decir cosas sin sentido y que no se sostienen por sí mismas. Indudablemente, un reino dividido no se mantiene, y se destruye por sí sólo. Y si Jesús expulsa a los demonios, causa del mal, es signo de que ha llegado el Reino de Dios.
Cuidado con el demonio, porque muchos por no tomar conciencia de eso lo olvidamos e incluso llegamos a no darle la suficiente importancia. Es lo que nos ocurre cuando confiamos en nuestras propias fuerzas y nos encontramos seguros. Llega otro más fuerte y nos vence y nos arrebata incluso peor que antes. Debemos, pues, estar bien armados con la oración y los sacramentos, para no ser sorprendido por el demonio, que está al acecho.
No por eso tengamos miedo a permanecer en este mundo hasta que nos llegue nuestra hora. No por eso tengamos miedo de dialogar y ser tolerantes con aquellos que no piensan como nosotros. Jesús fue ridiculizado, y por eso no abandonó su misión. Jesús increpó a los apóstoles cuando querían prohibirle a aquel que expulsaba demonios en el nombre de Jesús. A lo que el Señor respondió, "quien no está contra vosotros, está con vosotros" (Lc 9, 50).
No marginemos a nadie porque no sea de los nuestros. Es más, tratemos de darle buen testimonio sin más y confiar en la acción del Espíritu Santo.
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