Jn 10,31-42 |
No fueron capaces de abrirse al misterio, y, hoy, todavía persisten en lo mismo. Pero, también muchos que, a pesar de ser bautizados, nunca lo han aceptado como un acto de fe, sino más bien como una tradición o costumbre. Por lo tanto, tampoco, a pesar de su bautismo, creen en Jesús. Posiblemente, hoy muchos también le apedrearían sin dudarlo.
Si preguntas a los hombres, muchos responderán que creen en un Dios, pero un Dios que ellos mismos se imaginan y se inventan. Un Dios abstracto, que posiblemente ha creado la naturaleza y la vida, pero un Dios sin preguntas, sin relación con nosotros y, ¡si acaso!, un Dios para sacarnos de los apuros. Muchos responden: yo creo en un Dios, pero no en la Iglesia ni en los curas. Creo en un Dios, pero no en las sagradas Escrituras. Luego, ¿en qué crees?
Creen en un Dios que ellos mismos se forman, se crean, se gestionan y se juzgan. Creen en ellos mismos, en sus ideas, en sus intereses y egoísmos. Creen en un Dios que no les estorbe ni les mande cosas que les resulten pesadas o difíciles. Creen en un Dios que les guste y se adapte a sus formas de entender, de ver y de pensar. Un Dios que, para cada cual, es diferente. Un Dios que está de acuerdo con lo que pienso, lo que entiendo y lo que quiero. Un Dios ideal para cada cual.
En realidad, resulta que se habla idiomas diferentes. Desde la suficiencia, la prepotencia y la razón humana será difícil entender el Misterio de Jesús. Es el Hijo de Dios y sus Obras lo testimonian. Sus Palabras, llenas de Verdad y de Vida respiran esperanza, alegría y vida eterna. Sus Obras son buenas y benefician al hombre. Son las obras que el Padre le ha mandado hacer, pues el Padre está en Él y Él está en el Padre. Yo y el Padre somos una misma cosa.
Pero, eso no está a la altura de cualquiera. Primero hay que revestirse de verdadera humildad y de despojarse de todo aquello que te impide ver el verdadero Rostro de Dios, que se esconde en Jesús. Tú, Señor, eres el Camino, la Verdad y la Vida.
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