sábado, 2 de junio de 2018

SOBERBIA

Resultado de imagen de Mc 11,27-33
Los acontecimientos políticos nos demuestran el afán y locura del hombre por mandar. Todos quieren ser los primeros y estar por encima de todos, y cuando conviene avenirse o compartir, están dispuestos a tolerar otras iniciativas, destacando su actitud dialogante, que esconden tras una falsa arrogancia oculta por intereses y conveniencias. 

Todos quieren mandar y los sumos sacerdotes, escribas y ancianos de la época que corresponde a Jesús no eran menos. Ostentaban el poder absoluto religioso. Al menos eso es lo que ellos creían y querían y aspiraban a gobernar con total autoridad sin ninguna oposición. En este contexto, la irrupción de Jesús en la vida pública les presenta un gran problema. Jesús habla y obra con plena libertad. La autoridad con la que enseña y su coherencia en sus Palabras desprende admiración y muchos le siguen sorprendidos y admirados de lo que dice y hace.

Esta actuación de Jesús les molesta y la sienten como una amenaza que pone en duda esa supuesta autoridad religiosa que ellos tratan de arrogarse y ostentar. Y experimenta que pierden adeptos y que muchos se decantan por seguir a Jesús. Por eso tratan de buscar alguna ocasión para ridiculizarle o quitarle autoridad. El Evangelio deja muy claro lo que sucedió: (Mc 11,27-33): En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos volvieron a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?». Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y...

Pero, esto no es algo que pasó hace tiempo, sino que también ocurre hoy. Eso debe interpelarnos, porque, quizás nosotros también nos planteamos lo mismo. ¿Admitimos a Jesús como el enviado, el Hijo de Dios, o lo rechazamos? ¿Su Palabra amenaza nuestro bienestar, nuestro estar instalado y acomodado? ¿Su Palabra no invita a salir de nosotros mismo y dejar nuestras seguridades? Es cuestión de planteárselo, pero nunca solos sino en compañía del Espíritu Santo. En Él podemos descubrirnos y encontrar fuerzas para, por y en Él reorientar nuestro camino.

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