Mc 11,11-25 |
Por lo tanto, nada de desesperar y menos desfallecer. Mi Dios tiene que ser un Dios al que yo no puedo llegar porque su grandeza es infinita y todo poderosa. Todo lo contrario de su criatura -el hombre- limitado y pobre. Gracias, Señor, por esta pobreza, porque ser rico me descarta de tu salvación. Tú lo has dicho repetidas veces: EL ESPIRITU DEL SEÑOR ESTA SOBRE MI, PORQUE ME HA UNGIDO PARA ANUNCIAR EL EVANGELIO A LOS POBRES. ME HA ENVIADO PARA PROCLAMAR LIBERTAD A LOS CAUTIVOS, Y LA RECUPERACION DE LA VISTA A LOS CIEGOS; PARA PONER EN LIBERTAD A LOS OPRIMIDOS -Lc 4, 18-.
Hoy me quedo perplejo por tus acciones y tu enfado con los que han convertido tu casa en casa de mercadería olvidando que es casa de oración. No atino a tu maldición a esa higuera que no da fruto y me asombro de tu invitación a pedir dando de antemano que lo pedido ya está conseguido. No significa esto que no lo entienda, pero quedan lagunas que no llego a entender bien. De cualquier forma, todo lo que dices tiene gran sentido común, porque, observamos que también los padres de la tierra no dan lo que los hijos le piden, sino lo que les conviene.
También Tú, Señor, nos dice que pidamos con confianza y que todo lo que sea para nuestro bien nos será concedido. No cabe duda que así será a pesar de que muchas veces no lo entendamos, porque no vemos el resultado final. El tiempo juega un papel importante y nos demuestra a la larga nuestro premio por confiar y saber esperar con paciencia. Vemos que siempre Tú, Señor, tenías razón. Al final la mala hierba se seca y no da frutos.
Te pido, Señor, una cosa, dame la sabiduría de ser siempre pobre. Pobre de espíritu para tener hambre y sed de Ti y necesitar en cada paso que dé en mi vida. Porque, Tú sólo estarás atento a aquellos que se sientan y experimenten pobres y necesitados de la Gracia de salvación.
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