Mt 13,1-9 |
En muchos momentos de mi vida me pregunto, ¿tengo mi corazón preparado y lo suficientemente abonado para acoger la Palabra de Dios? Es la pregunta que me interpela en cada momento de mi vida. Me digo que cada día, cada instante es una buena ocasión y una nueva oportunidad para acoger esa siembra de la Palabra de Dios que el Labrador ha sembrado, valga la redundancia, en mi corazón.
Y acogerla es estar disponible y abierto a la escucha atenta de lo que la Palabra me enseña y me trasmite para luego tratarla de vivenciarla en mi vida. Preparar mi corazón significa estar abiertos a recibir la Palabra, reflexionarla, meditarla e injertarla en el Espíritu Santo esforzándome en dejarme llevar para hacerla vida en mi vida. Se presentan muchas dificultades y obstáculos que amenazan con dejar mi tierra baldía, infértil y estéril para el cultivo de la Palabra de Dios.
Muchos peligros acechan mi corazón impidiéndole escuchar esa Palabra de Dios y, por supuesto, dar frutos. Los afanes de la vida, las piedras y fracasos del camino, las seducciones del éxito, las ambiciones de poder y riqueza van llenando mi tierra de abrojos y pedriscos que impiden dar buenos frutos. Dejar mi corazón a merced de esas corrientes mundanas es dejar mi corazón a merced de los temporales y ventiscas que le impiden acoger la Palabra y dar los frutos que de ella se derivan.
Mi reflexión me ayuda, poniéndome en la presencia del Señor, a la lucha de cada día por impedir que mi corazón quede a la intemperie y a merced de todos esos temporales y tropiezos que lo endurezcan y le impidan escuchar la Palabra de Dios, acogerla y cultivarla dentro de mí para dar buenos frutos.
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