Mt 10,7-13 |
No podemos perder de vista que cuando proclamamos la Palabra, el Espíritu Santo está con nosotros. No significa eso que en otros momentos no esté, ¡siempre está!, pero, quizás, en esos momentos está más visible y más presente por significarlo de alguna manera. Y, por experiencia propia, lo experimento en mí mismo, porque, cuando proclamo la Palabra de Dios a los que presentan a sus hijos para el bautismo o a alguna persona que quiere bautizarse y se prepara para la iniciación cristiana, experimento esa energía, ese entusiasmo y esa fuerza que descubre y da el Espíritu Santo.
Cuando proclamamos estamos anunciando la presencia de Dios entre nosotros y su promesa de salvación anunciada por su Hijo predilecto, nuestro Señor Jesús. Y tenemos que estar convencidos, pues esa es nuestra fe, que Jesús está con nosotros y la promesa del Espíritu Santo nos da sabiduría, fortaleza y la Gracia de proclamar esa Palabra de Salvación.
No tengamos miedo ni tampoco desánimo por los resultados que de ella se derivan. Jesús lo hizo con firmeza, con sabiduría y con el Poder que le viene de ser el Hijo de Dios. Sin embargo, porque ha dado plena libertad a los hombres y mujeres, ellos responderán según sus propias convicciones y deseos. No cabe duda que, quienes abren sus corazones a la verdad y al sentido común, convergerán que lo más inteligente es escuchar esa Palabra y seguir su camino.
¿Por qué? Porque, en el fondo de todo corazón humano hay un deseo irrevocable de alcanzar la felicidad eterna y esa búsqueda que, quizás, iniciamos en este mundo sólo se hará realidad si abrimos nuestros corazones a ese Dios que Jesús, el Señor, nos anuncia y nos muestra. Y para llegar a Él tenemos que seguir a Jesús, el Hijo de Dios, porque, Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
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