El mensaje llega cuando la palabra hablada se traduce en vida vivida. Y, sucede todo lo contrario, se dice una palabra que luego no tiene prolongación en la vida y con lo que realmente se vive. Y, Jesús, el Señor, advirtiendo esas actitudes en los escribas y fariseos de su tiempo, los descubre y los denuncia señalándolos: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas».
Conviene mirar para adentro y reflexionar respecto a lo que sucede también ahora en nuestras parroquias, comunidades, grupos, movimientos u otras asociaciones laicas evangelizadoras. Preguntarnos, ¿es nuestra actitud, tanto eclesiásticos como seglares, como la de aquellos escribas y fariseos del tiempo de Jesús? , se hace necesario y vital. Rezamos, hablamos, practicamos actos piadosos y ponemos pesadas cargas en la conciencia de los demás hasta doblarles sus espaldas, mientras nosotros nos quedamos al margen eludiendo todo compromiso y escondiéndonos de todo esfuerzo.
Decimos y hablamos según la Palabra de Dios, pero, luego, vivimos y hacemos según nos viene en gana y nos apetece. Actuamos según nuestros sentimientos y nuestras apetencias. Pero, ¿acaso el amor son sentimientos? El amor son actitudes capaces de ser amable, generoso, atento, escuchante, justo, sincero y auténtico; capaces de perdonar, soportar, incluso al enemigo, y de actuar con misericordia.
Si es así como hablamos, y me pongo en primera persona, así debemos intentar de vivir y actuar. Porque, de hablarlo y vivir con otras actitudes es engañar y mentir. Pero, sobre todo, mentir a nuestro Padre Dios diciendo que le amamos y dándoles la espalda a nuestros hermanos. Si, por tanto, decimos amar a Dios, ese amor debe quedar reflejado en nuestro estilo de vida, que no puede ser otro sino el de estar abierto a todos los demás para amar tal y como nos ama el Señor.
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