Jn 6,41-51 |
La vida no es nada fácil aunque haya momentos que lo parezca. Es como un mar que mostrándose en calma, de repente se levanta y se pone bravo haciendo difícil su travesía. Ocurre que los caminos de la vida se repiten y nos invitan a la rutina. Y eso es un peligro, porque podemos encasillarnos en hacer siempre lo mismo y hasta pensar y creer que esa es la Ley y el camino a seguir.
Esa rutina de cada día nos puede hacer perder el verdadero sentido de la vida y sin sentido todo se hace más cansino y pesado. Perdemos el rumbo y hasta las ganas de vivir y la oscuridad nos ciega hasta el punto de no saber a dónde vamos ni cuál es nuestro destino. Entonces, todo te parece mal, murmuras y criticas todo lo que acontece a tu derredor y no aceptas esa Palabra de Dios que Jesús, su Hijo, proclama y anuncia.
« ¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?». Tenemos nuestras propias ideas y esperamos se realicen según nuestras tradiciones. No entra dentro de esa esperanza la idea de un Mesías pobre, humilde, de apariencia insignificante e hijo de un carpintero y una sencilla y humilde joven. También podemos preguntarnos nosotros si pensamos de alguna manera lo mismo después de unos dos mil años o más
A aquellos contemporáneos de Jesús sus palabras no les merecían crédito. ¿Y a nosotros ahora? La Iglesia, fiel custodia de su mensaje, nos lo proclama y transmite. ¿Lo recibimos con fe y alegría, o lo desechamos o recibimos de forma indiferente y rutinaria? Esa es la cuestión que podemos reflexionar en el día de hoy. Conviene, pues, confiar, tener paciencia y, sobre todo, alimentarnos del alimento Eucarístico que da sentido a nuestras vidas y nos fortalece para superar las dudas i inclemencias del camino.
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