Mt 17,14-20 |
Experimentamos impotencia ante la fe. Queremos creer, pero, la duda vive dentro de nosotros y nos sentimos impotentes al respecto. ¿Por qué, Señor? Quiero creer en tu Palabra y experimento que me cuesta mucho hasta sentirme impotente. No me sorprende que también los apóstoles experimentaran esa impotencia y falta de fe. Si ellos, que estaban a tu lado, se sintieron así, impotentes y con una fe débil, ¡qué será de nosotros, más alejados de ti físicamente y en el tiempo!
Aquellos apóstoles, que habían sido enviados por Ti, no fueron capaces de expulsar aquel demonio que atormentaba al hijo de aquel hombre que, acercándote a ti, te imploró: «Señor, ten piedad de mi hijo, porque es lunático y está mal; pues muchas veces cae en el fuego y muchas en el agua. Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarle». Que se puede esperar de nosotros que posiblemente nuestra fe es casi inexistente.
Sin lugar a duda, la fe es un don de Dios y eso significa que solo Dios puede darla. Sin embargo, no es cuestión de esperar con los brazos cruzados, tenemos que pedirá pacientemente, insistentemente y perseverantemente hasta que el Señor decida dárnosla. El Padre ha enviado a su Hijo para dárnosla y que podamos salvarnos creyendo en su Palabra. Por tanto, nuestra labor y misión es creer en su Palabra y pedirla con insistencia y perseverancia. Es su Palabra y en ella queremos creer.
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