viernes, 6 de agosto de 2021

EN LOS MOMENTOS DE DESÁNIMO Y OFUSCACIÓN

Mc 9,2-10

Todos tenemos momentos depresivos donde quedamos obnubilados y sumidos en la confusión, sometido a las dudas y a punto de desfallecer y dejar de seguir a Jesús. Creo y supongo que el Tabor es uno de esos momentos necesarios donde la luz renace en nuestros corazones y el viento fresco disipa esa obnubilación que nos confunde y nos sumerge en una profunda oscuridad. Es una palmadita en la espalda que nos anima y levanta para volver de nuevo al camino, a la lucha de cada día.

Los apóstoles necesitaban recargar las pilas, animarse y espabilar. Necesitaban como un adelanto glorioso de la Divinidad del Señor y de la Resurrección. A pesar de todo, ellos no se enteraron de nada: Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos. Y creo que también a nosotros nos sucede lo mismo.

En muchos momentos de nuestra vida experimentamos deseos de no bajar de la montaña. Queremos un encuentro con Jesús personal e íntimo. Quedarnos con Él y hacer una tienda especial para quedarnos extasiado mirándole y permaneciendo en y con Él. Sin embargo, esta no es la consigna. Se hace necesario bajar, volver al ruedo y continuar el camino, a su lado, por supuesto, pero por y para servirle a Él en los hermanos. El Tabor nos fortalece para que nuestro servicio sea más auténtico y cercano a los que lo necesitan. 

No podemos ni debemos quedarnos arriba, porque la verdadera consecuencia de llegar a contemplarle y estar con el Señor es el amor. Y el amor nos relaciona con los hombres, sobre todo con los más necesitados.

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