Cuando nos interrogan y nos piden nuestra opinión solemos responder de manera muy ligera y, aparentemente, muy comprometida. Pero, ¿en realidad nuestras palabras son verdaderos compromisos que trasladamos a nuestro vivir de cada día? Nos descubrimos y aceptamos que eso es harina de otro costal. Por desgracia tenemos una lengua muy ligera y presta a decir pero a no cumplir.
En el Evangelio de hoy sucede eso de lo que hablamos nada más ni nada menos que con Pedro, a quien el Señor confía la misión de dirigir su Iglesia. Después de confesar de forma asistidas por el Espíritu Santo que Jesús es el Hijo de Dios: Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Lo verdaderamente importante es que nos demos cuenta de nuestras respuestas intrascendentes y superficiales, sin saber bien lo que decimos. Hablamos a la ligera y vivimos siguiendo nuestras inclinaciones, apetencias e intereses. Luego, nos preguntamos, « ¿Qué dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». ¿Realmente meditamos de forma consciente nuestra respuesta, o respondemos de forma aparentemente comprometida? Esa es la reflexión que hoy nos toca llevar a nuestras oraciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.