Lc 5,1-11 |
Nos interpela sorprendentemente la respuesta de aquellos pescadores del lago de Galilea. No es fácil entender como aquellos hombres se desprenden de todo su quehacer de años y se disponen a seguir a Jesús. Incluso viendo su poder de llenar sus barcas - después de estar toda la noche pescando sin resultado - de abundante pescado. ¡Vaya socio y negocio!, diríamos nosotros ahora. Al menos esa tentación está a la vista, y no la daríamos por descartada que, quizás, algunos de aquellos pescadores tuvieron esa tentación.
Indudablemente, Jesús tenía algo especial y extraordinario en su Palabra, en su Mirada y en su forma de actuar. Su testimonio era tumbador y la coherencia entre su Palabra y su Vida sintonizaban de forma extraordinaria. Lo que decía se cumplía y se hacía. Su forma, imagino, de hablar encendía el corazón. Y esa es la pregunta que hoy también nosotros tenemos que hacernos: ¿Nos enciende nuestro corazón la Palabra del Señor? ¿O por el contrario nos suena a rutina que incluso llega a cansarnos?
Son preguntas que buscan respuesta en nuestro interior y a las que debemos responder con serenidad, con tranquilidad y con confianza. El Señor sigue invitándonos a dejarlo todo y a seguirle. Pero, no te desesperes, porque, igual que tú, también los apóstoles lo dudaron y necesitaron un tiempo para ir acogiendo, por la Gracia del Señor, su Palabra. El camino es - Pedro lo experimenta - el que nos presenta Pedro. Experimentarnos pequeños, pecadores y necesitados de misericordia es la esperanza que nos queda. Y en la confianza de que seremos acogidos misericordiosamente por el Señor. Precisamente ha venido para eso y eso es lo que nos Anuncia, el Amor y la Misericordia de su Padre.
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