Es bueno y aconsejable tener un corazón insatisfecho, un corazón que busca y aspira. Diría, mejor, que lo tenemos, si atendemos seriamente a nuestras necesidades y deseos. Porque, ¿qué levante la mano quien nos aspire a ser feliz? Todos aspiramos a ser feliz. Una felicidad – es verdad – de acuerdo con nuestras apetencias, satisfacciones y gustos, que serán diferentes según las personas. Pero, eso sí, un denominador común: Un fuerte deseo de ser feliz.
Sin embargo, nuestra respuesta a esa propuesta – de felicidad – que nos propone Jesús de parte – enviado - de su Padre, no es correspondida y, sí, muy protestada. Unas veces nos parece muy exigente; otras, todo lo contrario, poco exigente; en otras, le acusamos de lo que nos pasa y de que no nos haya solucionado el problema y otras le hacemos culpable de nuestros males. En resumen, que nunca estamos contentos con la respuesta que nos da el Señor.
Quizás, nos ocurre que buscamos al Señor para que haga nuestra vida más feliz y nos libre de la cruz. Es un camino equivocado, pues, la cruz es nuestra y la tenemos que cargar pase lo que pase. Lo que sucede es que, acompañado del Señor nos será más suave, más soportable y llevadera cargarla sobre nuestros hombros hasta la hora final de nuestro tiempo en este mundo.
Tratemos, pues, de no protestar, sino, injertado en el Dios Niño cuyo nacimiento celebramos en este tiempo litúrgico, responder en obediencia y fidelidad a su propuesta de salvación.
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