Ser pequeño implica ser grande, porque, para ser pequeño hay que tener un gran corazón, humildad, fortaleza y gran capacidad de renuncia para resistir a las apetencias y apetitos que el mundo te ofrece en cada instante de tu vida. Ser pequeño en el reino de los cielos exige ser pequeño en este mundo. Y ser pequeño en este mundo significa abajarte a todo afán de grandeza, de poder, de placeres y riqueza.
Entendemos el camino que tomó Juan el Bautista a acomodarse en el desierto y tener una vida austera y entregada - alejada de toda tentación mundana - a proclamar la Buena Noticia de la llegada del Reino de los cielos. Una vida que nos pedirá la renuncia de todo aquello que nos vicia y nos acomoda hasta el punto de volvernos esclavos de las apetencias que nos ofrece el mundo.
Preparar el Adviento es prepararnos nosotros interiormente y, desde la pequeñez de sabernos criaturas e hijos de Dios, disponer nuestro corazón a vivir en la Voluntad de nuestro Padre Dios. Y, para ello, necesitamos estar su lado y en constante diálogo fortalecido en la frecuencia de los sacramentos, Eucaristía y Penitencia, que nos alimentan y reconcilian con nuestro Padre Dios y su Voluntad. Voluntad que nos conviene porque nos hace bien, nos libera y salva
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