Precisamente, en el Evangelio de hoy, Jesús, nos enseña la oración del
Padrenuestro. Es la oración por excelencia, porque, en ella reconocemos a Dios
como nuestro Padre Bueno, le santificamos y le pedimos que su Reino – nuestro
Señor Jesús – venga a nosotros. Porque, Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
Y, como no puede ser de otra forma, queremos hacer su Voluntad. Fueron las
palabras que dijo María – hágase su Voluntad – al serle anunciado que había
sido elegida para ser la Madre de Jesús, el Hijo de Dios. Una Voluntad, por
supuesto, aquí en este momento, en este mundo, ahora en nuestro lugar y momento
donde estamos y en las circunstancias que estamos. Su Voluntad – que es la que
conviene – en el trabajo, en la familia, en todas nuestras
responsabilidades…etc.
Por supuesto, también le pedimos por
el pan de cada día. El pan de la comida; el pan del esfuerzo y el trabajo; el
pan de nuestro equilibrio para resistirnos al pecado; el pan de nuestra
fortaleza y fraternidad con los demás – amigos y enemigos – y el pan de su
Gracia para, a pesar de ir contra corriente, resistirnos a las tentaciones.
Esas tentaciones de las que, inmediatamente, le pedimos que nos libre. Y, sobre
todo, la misericordia para perdonar a los amigos y enemigos como Tú, Señor, nos
perdona.
Hermosa oración que resume todas nuestras peticiones. No hay que inventar ni hablar mucho más, aunque nos gusta hacerlo y gozamos manifestándoselas a nuestro Padre Dios, que nos escucha y nos atiende. Pero, vivamos el estilo de la oración del Padrenuestro, porque, es un estilo de vida, donde alabamos, adoramos y santificamos a nuestro Padre Dios y tratamos de hacer su Voluntad. Ponernos en sus Manos y dejar que su Voluntad se vaya realizando en nuestra vida es la hermosa y dichosa consecuencia de vivir en esa oración del Padrenuestro
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