La paz se esconde
en descubrir nuestra dependencia plena y dignidad de hijos de Dios. Solo
injertados en el Espíritu Santo seremos capaces de experimentar paz. Porque, la
paz está en Dios. Nada de las cosas de este mundo: éxitos, fama, dinero, poder,
individualidad, independencia, placer, concupiscencia…etc., no darán paz.
No es que lo diga
yo, sino que por tu propia experiencia ya lo sabes. En este mundo nadie podrá
levantar la mano para decir que es feliz. Habrá muchos que escondidos en la apariencia
e hipocresía lo manifiesten, pero la realidad, y eso lo sabemos por
experiencia, es que nadie alcanza la felicidad. Es más, pasamos más momentos de
penas, sufrimientos y tristezas que alegrías y glorias.
Pero, lo
importante y veraz es que lo ha dicho el Señor. Su Palabra es Palabra de Vida
Eterna. Él ha vencido al mundo y en Él está la paz. Y eso debe estar impreso y
sellado a fuego como impronta en nuestro corazón. Porque vendrán momentos de tribulación,
de tentaciones, de fatiga, de debilidad y desfallecimiento y de dolor pero el
Señor, que ha pasado por eso, ha vencido y nosotros venceremos también en y con
Él.
En Él están puestas todas nuestras esperanzas. Él, nos lo repetimos y hacemos nuestro, ha vencido al mundo y en Él nos refugiamos, nos reconfortamos y nos hacemos fuertes en el camino a pesar del dolor y sufrimiento. Esa paz que deseamos y buscamos la encontramos en Él. Una paz que nos da esperanza, sosiego y fortaleza. ¡Jesús Vive y ha Resucitado!
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