Es evidente que
nuestra naturaleza es limitada, débil y proclive a caer en el pecado. Más
evidente todavía la necesidad de la Misericordia de Dios para poder ser salvo.
Porque, si no, ¿quién puede salvarse? Ya esa pregunta se la habían hecho los apóstoles
y la respuesta de Jesús fue contundente: Para los hombres es imposible más para
Dios todo es posible.
Tarde o temprano
el hombre está predispuesto a caer en la trampa del cazador. Hay un salmo – 124:7
– donde se manifiesta esta necesidad de la Misericordia de Dios y por la que
somos salvados de la esclavitud y de la trampa del pecado. De cualquier forma
sin la Infinita Misericordia de Dios quedamos presos, sometidos y condenados a
la esclavitud del pecado.
Y esa tendencia proclive
al pecado es mirada por nuestro Padre Dios con Infinita Misericordia. Él se
fija más en nuestra debilidad, en nuestra necesidad de ser misericordiosamente
perdonados que en el delito y la culpa. Sabe de nuestras debilidades y
limitaciones y de nuestra impotencia frente al tentador y sus seducciones. Sabe
de nuestras sumisiones y debilidades a las pasiones y lo fácil que resulta al
cazador de tendernos una trampa.
Por eso, el Señor nos mira de otra manera a la propia mirada humana. Él nos mira con misericordia y con deseos infinitos de perdón. De eso sabe mucho Pedro, el apóstol que lo negó tres veces. Y también Pablo, el apóstol de los gentiles que persiguió duramente a los primeros cristianos. Y también debemos saber mucho nosotros, pobres pecadores, que caemos en la trampa del cazador un día sí y otro también. Experimentar nuestro perdón y salvación por la Misericordia de Dios nos ayudará también a nosotros a cambiar nuestra mirada de culpa y cumplimiento a los demás por una mirada de misericordia y perdón. Porque, para los hombres nos será imposible, más para nuestro Padre Dios todo es posible.
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