Parece una simple
coincidencia pero está escrito y se cumple a su tiempo y hora. Aquel José, hijo
de Jacob, repudiado por sus hermanos, encontró refugio y cobijo en Egipto.
Ahora, otro José, de la tribu de David, huye a refugiarse en Egipto para salvar,
no ya su propia vida, sino la de su esposa María y, sobre todo, la del Salvador
de Israel, su hijo Jesús.
Llegada su hora,
Jesús, nuevo Moisés, es llamado de Egipto para volver a Nazaret, cumpliendo así
el oráculo de los Profetas. Todo trascurre como había sido profetizado y eso
nos adentra en el conocimiento que fortalece nuestra fe. Porque, esta historia
de Jesús no es una historia más, sino una historia ya contada en la voz de los Profetas.
El último, Juan el Bautista, lo señala claramente hasta el punto de prepararle
el camino a su venida. ¿Acaso no es todo esto un milagro tras otro?; ¿una
prueba tras otra? Aquellos que buscan pruebas, ¿no las tienen delante de sus
propias narices?
El camino del creyente en Jesús de Nazaret es un camino de lucha, de conversión permanente, de gozo y alegría al saberse triunfante, porque a pesar de las persecuciones, sufrimientos y muerte, sabemos que la última palabra es la del Señor. Y eso es Palabra de Vida Eterna.
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