No cabe ninguna duda
que para creer en alguien, primero hay que conocerle. Será, pues, condición sine
qua non conocerle. Es de sabio, pues, saber que sin conocer a Jesús no puedes
abrirle tu corazón a la fe y, por tanto, creer en Él.
La fe de los apóstoles
y discípulos nace de sus cercanías con el Señor. Estar a su lado, oírle y
escucharle despierta tu interés en conocerle y te motiva e invita a seguirle.
Es verdad que la fe es un don de Dios y solo puede venir de Él, pero, también
es verdad que a ti como a mí nos toca buscarla, pedirla y esforzarnos en
recibirla. Porque, el Señor la da a quienes se abren a ella y escuchan su
Palabra.
¿Por qué creen Pedro
y Juan? Ellos al parecer hasta esos momentos tienen duda. Habían pasado unos
tres años aproximadamente con el Señor. Le habían oído y escuchado, e incluso
presenciado muchos milagros. Sin embargo, llegado el momento de la crucifixión
se les derrumba esa aparente fe que al parecer tenían.
Su propia experiencia
les pone en el camino de la fe. Avisados por Magdalena de que el Cuerpo de
Jesús no está en el sepulcro, Pedro y Juan, tal como narra el pasaje
evangélico, corren hacia el sepulcro. Fue precisamente aquel domingo de
Resurrección, día escogido por el Señor para manifestar su Gloria al Padre,
cuando Pedro y Juan entiende esa Palabra que tanto habían escuchado y que no
habían asimilado. Se dan cuenta de quien es realmente el Señor. Sus corazones
quedan llenos de fe y se abren en adelante a la acción del Espíritu Santo.
¿Estamos nosotros
en esa dinámica? ¿Sabemos realmente quién es el Señor? ¿Le buscamos, escuchamos a diario su Palabra?
¿Nos acercamos, le tratamos y, conociéndole, tratamos de seguirle? Dar
respuestas a esas preguntas nos ayudarán, como a Pedro y Juan, a saber
realmente a quién seguimos.
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