Evidentemente no
hay esperanza, la ley dictaba la condena a ser apedreada y no había otra
escapatoria. Sin lugar a duda todo estaba sentenciado y los presentes y
acusadores se preparaban llenándose sus manos de piedras. De repente, las palabras
de Jesús responden y desconciertan: «El que esté sin
pecado que le tire la primera piedra» Y que curioso,
nadie se sintió libre de pecado.
De alguna manera
también nosotros experimentamos esa culpa en lo más profundo de nuestro
corazón. Supongo, y creo no equivocarme, que tampoco nosotros lanzaríamos
ninguna piedra si nos dieran esa respuesta. Todos, incluso hasta el más
prepotente se siente culpable de alguna mala acción o decisión. Todos admitimos
que no somos perfectos y, en consecuencia, cometemos errores o faltas. Y quien
esté libre de eso que diga la primera palabra.
Pero, al margen de
esa respuesta de Jesús, lo verdaderamente importante y esperanzador es lo que
le dice a la mujer al final: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?».
Ella respondió: «Nadie, Señor». Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y
en adelante no peques más».
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