(Mt 2,13-15.19-23) |
Los pueblos se forman cuando varias familias se establecen en un lugar. El hecho de vivir próximos unos a otros genera vida y servicios, y esos servicios es la levadura que formará el pueblo. Un pueblo que en la medida que viva necesitará un orden, una dirección y un respeto y derechos. Nacen así las ciudades y las naciones. El embrión es el hombre, pero la incubadora es la familia.
Así está establecido por Dios, y Él mismo, encarnado en su Hijo Jesús, nació en el seno de una Familia: José y María, cuyo Hijo, el Mesías y Salvador del mundo, creció al amparo de esa familia. Una familia que, como muchas otras familias, tuvo que emigrar, sufrió peligros y dificultades hasta que se estableció en Nazaret.
La familia es la célula de la sociedad, y el hombre sin la familia queda desprotegido y desorientado. Los pueblos sin rumbo y los derechos sometidos al imperio del más fuerte. Se hace necesario el seno familiar para que los hombres sean educados en el respeto y la libertad. Libertad cuya esencia es buscar y defender el bien común. Sólo así, los pueblos pueden convivir en paz y justicia.
Hoy, vemos que la familia se está derrumbando, y que hay muchos poderes que trabajan en ese sentido. El mundo camina hacia la perdición y la muerte, y la vida se encuentra amenazada por intereses económicos y egoístas. Los pueblos que matan tienden a desaparecer, y nuestro mundo parece que quiere elegir ese camino.
Recemos a la Sagrada Familia, y mirémonos en ella, para que nuestro mundo sea iluminado y transformado según el Amor.
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