(Mt 5,1-12) |
¿Me considero manso? ¿Me esfuerzo en llenar mi vida de serenidad, de confianza en mi Padre Dios, de saberme protegido y cuidado como oveja con su Pastor? ¿O simplemente llevo esa mansedumbre como un título sobre mi pecho?
¿Y los demás? ¿Me preocupan los demás que viven a mi alrededor presos de sus apegos, apetencias, cegueras y sufrimientos? ¿Soy capaz de dolerme de sus circunstancias, sufrimiento y llorar con ellos? ¿Y a los que les ha tocado vivir en lugares inhóspitos rodeados de guerras, dictaduras y persecuciones, están en mi corazón y me compadezco?
¿Tengo hambre y sed de justicia y lucho por mejora esas situaciones que otros sufren? ¿O mi Dios, el Dios que yo me he creado es un dios de relación personal sin tener en cuenta lo que ocurre a mi derredor o en otras partes del mundo? ¿Hasta dónde me empuja esa hambre y sed de justicia para saciarla?
¿Me doy cuenta que en la medida que mi misericordia alcance a todos aquellos que encuentro en mi camino, el Padre será igual de Misericordioso conmigo? ¿Es que no me lo ha dicho en la parábola de aquel Rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos? (Mt 18, 23-35). ¿Y realmente me esfuerzo en ello? Porque de no hacerlo, de nada me vale todo lo demás.
¿Son buenas y rectas mis intenciones? ¿Está limpio mi corazón y trato de que esa limpieza sea transparente y se proyecte en un mundo mejor y contribuya a que haya paz y trate de evitar que hayan perseguidos por que defiendan la justicia y proclamen su fe? ¿Realmente estoy y estamos alegres cuando por todas estas actitudes me vea y nos veamos injuriados, perseguidos y acusados por todas clases de males? ¿Somos conscientes que es entonces cuando seremos llamados verdaderos hijos de Dios y Bienaventurados, y nuestra recompensa será grande en el Cielo?
Sí, Señor, somos consciente, o al menos queremos serlo, pero sabemos también que somos débiles, miserables y pecadores y que sólo con tu ayuda podremos llegar a vivirlas. Danos esa Gracia.
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