(Mt 19,27-29) |
Cuando ponemos una meta queremos significar que todos nuestros esfuerzos irán dirigidos a conseguir dicha meta. Seguir a Jesús y ponerlo como centro de nuestra vida, significa que Él será lo primero, y dejaremos todo lo demás para ponerlo en función de Él.
Imitando al Maestro, descubrimos que Jesús, el Señor, no sólo lo ha dejado todo, despojándose de su condición Divina, para hacerse igual a nosotros, menos en el pecado, sino que ha entregado su propia vida, en y para rescate por todos los pecados del hombre. Él lo ha dado todo, y también nos exige que nosotros lo demos todo. Y también nos recompensará dándonos todo, la Vida Eterna en plenitud.
La experiencia nos demuestra que todo lo que se mueve aquí abajo es perecedero y no tiene consistencias. Las cosas de este mundo nos endurecen el corazón y nos hacen más egoístas y estériles, condenándonos al sin sentido y a la muerte. Descubrimos que conseguidas muchas cosas en las que ponemos nuestras esperanzas, pronto quedan obsoletas y vacías. Sólo la Verdad perdura y nos llena plenamente.
Jesús nos lo promete muy claramente cuando nos dice: «Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna».
Vivamos con la esperanza de poner al Señor en el centro de nuestra vida, con la confianza y certeza de que somos ya recompensados con su Amor en este mundo. Un Amor gratuito del que no somos merecedores ni podemos entender.
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