(Mt 10,1-7): |
Sería un contra sentido conocer a Jesús para guardarlo para nosotros mismos. Y, lo sería, porque la esencia principal de Jesús es el Amor. Jesús se hace el encontradizo porque nos ama, y porque quiere que nosotros también le amemos. Pero, le da un matiz especial a ese deseo de amar. Quiere que le demostremos ese amor a Él reflejándolo en el amor a los demás. Es decir, le amaremos a Él cuando volcamos nuestro amor en los demás.
Y nos deja perplejos y sin respiración. Porque ese amar a los demás nos hermana y nos predispone a despojarnos de nosotros mismos para acoger y escuchar a los demás. Porque es en la escucha donde encontramos la manera y la forma de hacer el bien, y, por tanto, amar. Eso nos lleva a un compromiso ineludible. Un compromiso que no tiene otra salida, sino la de darse en amor. Y eso implica y exige proclamarlo. Y es, precisamente eso lo que Jesús nos dice y propone: A éstos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca».
Había elegido a doce enviándololos a proclamar la Buena Noticia de salvación. Pero, esos doce no serán eternos, y ello implica que también nosotros somos enviados, por el compromiso de nuestro Bautismo, a proclamar su Mensaje de salvación. Mensaje, que hoy se extiende a todos los hombres, pero que sólo podremos derramarlo en aquellos que se abren a su acogida y están disponible a recibirlo.
Nosotros por nuestra cuenta, debemos estar preparados y llenarnos del Espíritu Santo, para derramar en la medida de nuestras capacidades todo el testimonio de que somos capaces por la acción del Espíritu.
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