sábado, 15 de septiembre de 2018

MARÍA, MADRE DE LOS DOLORES

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Jn 19, 25-27
En nuestro mundo se valora mucho el papel y la ternura de una madre. No hay nada como el amor de una madre entregada a su hijo desde la concepción hasta el punto de dar su vida por él. No se entiende en estos momentos que vivimos la opción por el aborto, porque en el corazón de una verdadera madre nunca se encuentra una renuncia a su hijo. Quizás, un mundo perdido, entregado al placer, a la lujuria, a la infidelidad, al egoísmo y en brazos de Satanás sometido a la esclavitud, a la perdición y a la muerte.

María, la Madre pura, obediente y fiel se humilla ante la Voluntad de Dios y acepta su papel, primero, de Madre del Redentor y salvador del mundo, y, segundo, el papel de Madre de todos los hombres. Ella al pie de la Cruz acompaña a su Hijo hasta los últimos momentos y, desde allí, acepta la misión que Dios le encomienda de acompañar también, en calidad de Madre, a todos los hombres.

Sería absurdo soportar tanto dolor sin verdadero amor y fidelidad a la Voluntad de Dios. Un verdadero amor que sale de un corazón encendido y entregado lleno de ternura, de compasión, de disponibilidad y de verdadero amor ágape. Un amor rebotado del mismo amor de Dios. Porque, habiendo sido creado el hombre para ser feliz no puede terminar su esperanza en contemplar a Jesús, el Hijo de Dios, en el mayor de los sufrimiento clavado en una Cruz. Es, precisamente, ahí donde empieza su Victoria y su Triunfo.

Desde ese momento, al pie de la Cruz, el dolor de María junto a su Hijo, se transforma en Gracia y da sentido a la vida de todos los hombres. María, Madre corredentora con su Hijo, por medio del que alcanzamos la Gracia y la Misericordia de Dios Padre. Es desde ese instante, Madre, cuando tu dolor traspasa también nuestros corazones y, bajo tu amparo y tu manto, nos unimos también con nuestro humilde dolor a la Cruz donde tu Hijo nos redime. Amén.

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