Jn 2,1-12 |
Necesitamos pensar y reflexionar sobre como vivimos y qué hacemos de nuestra vida. La fe no puede traducirse en unas prácticas y unos actos caritativos desencarnados. La fe se hace presente cuando compromete tu vida y la pone en disponibilidad del bien de los más necesitados. Es posible que tu vida esté centrada en ti y preocupada sólo por ti. Y todos tus esfuerzos están encaminados a tu propio bienestar.
Si eso, descubres, que es así, ¿qué piensas al respecto? ¿No crees que ya pasas tu cielo en este mundo? ¿Cómo vas a reclamar un cielo después de la muerte cuando ya lo has vivido en este mundo? Posiblemente sea un mal negocio, porque en este mundo, a pesar de tus esfuerzos por alcanzar la felicidad, siempre encontrarás sufrimientos y tristeza, más lo que importa es tu actitud y tu disposición.
Amar es estar comprometido en servir a los demás. Amas a tu mujer y te entregas a servirla; amas a tu familia y estas disponibles para servirles, y en todos los aspectos de tu vida servir es la primer opción. O lo que es lo mismo, amar. Y eso se transparenta en la vida de Jesús y de María, su Madre. Invitados a una boda, en Caná, advierte, María, que aquella familia se ha quedado sin vino, y lo van a pasar mal, pues el vino es el centro de la alegría y la fiesta que anima a los invitados. Además, en aquellos tiempos no hay otra clase de bebida.
El problema es serio y el nuevo matrimonio puede quedar marcado por ese fallo. María toma la iniciativa e invita a Jesús a que haga el milagro de solucionar el problema. «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga». Y el agua, tal como narra el Evangelio, se transformó en vino. También, quizás haya mucha agua en tu vida, en tu matrimonio, en tu familia y necesites transformala en alegría, en vino del bueno, que da paz y consuelo.
Sería bueno invitar a Jesús y a su Madre a la fiesta de tu vida. Una fiesta de felicidad a la que aspiramos todos y para la que tenemos muchas dificultades en conseguirla. Jesús lo hará y, por la intercesión de su Madre, convertirá todos tus sufrimientos en un gozo y alegría de paz y de aceptación que darán el salto a la vida eterna. Él es ese manantial de agua que fluye sin cesar y salta a la vida eterna, tal y como se lo dijo a aquella mujer samaritana.
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