Mc 2,13-17 |
Nadie quiere estar enfermo, y menos oír hablar de enfermedades. Todos buscamos la salud y el bienestar. Sin embargo, la vida nos enseña que tenemos que vivir con la enfermedad y estar preparados para afrontarla. Sin embargo, es bueno conocer la enfermedad y procurar prevenirla, pues si nos coge de improviso puede afectarnos de forma más peligrosa y pasarlo muy mal.
Cuando el pronóstico del tiempo predice lluvias, conviene llevar el paragua. Sin él podemos mojarnos y quedar empapados y refriados gravemente. Hay un gran peligro, no saber que estamos enfermos y, por tanto, no sentir necesidad de acudir al médico.
Jesús nos lo advierte en el Evangelio de hoy: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». Es por tanto muy peligroso no darnos cuenta de nuestras enfermedades - pecados - y pasar desapercibido ante ellos, pues, de ser así no buscaremos al médico, nuestro Señor Jesús, el único que realmente puede liberarnos y salvarnos de esa situación de esclavitud y pecado.
De ahí que sea muy importante reflexionar e interiorizar todos los actos de nuestra vida. Diría que nuestro camino debe ir en estrecha sintonía con Jesús y, desde Él, e injertados en el Espíritu Santo medir todas nuestras acciones dejándonos llevar por sus impulsos y acciones. En esa línea esforzarnos interiormente y tratar de vernos para descubrir nuestros fallos, nuestros vicios, nuestras desviaciones, nuestros egoísmos y pecados que se alejan de la Voluntad de Dios.
Hagamos un sincero esfuerzo para examinarnos y ver nuestras enfermedades, pues, nuestro Señor Jesús ha venido para limpiarnos y salvarnos.
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