Jesús se somete a la ley y, llegada la hora de la purificación, los padres le llevan al Templo para presentarlo, según la ley de Moisés:«Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
Es, entonces, cuando se produce el encuentro con Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel»
En muchos momentos de la vida de Jesús hay acontecimientos milagrosos que le revela como el Hijo de Dios enviado a revelarle el amor del Padre.Todo lo profetizado en Él se cumple, y ahora, la promesa hecha a Simeón tiene lugar en este instante de la presentación en el Templo. También ocurre lo mismo contigo y conmigo. Hemos sido bautizados y, llenos de Espíritu Santo, recibimos la promesa de vida eterna.
Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? - Jn 11, 25-26 -. De la misma forma que Simeón vio cumplida la promesa recibida, también nosotros veremos cumplida lo promesa que Jesús nos ha hecho. Pero, tendremos que poner algo de nuestra parte, la fe. Jesús nos interpela preguntándonos si realmente creemos lo que nos dice. Porque, nos hace falta la fe de confiar en la Palabra del Señor, tal y como se dejó llevar Simeón.
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