Lc 6,39-45 |
Siempre se ha oído que de las buenas semillas saldrán buenos frutos y lo contrario, de las malas saldrán malos frutos. Todo
dependerá de la buena semilla que siembres en tu corazón. Así, lo cultivado
desde lo más profundo del corazón tenderá a hablar la boca, de modo que si son
cosas buenas, saldrán cosas buenas y si malas, malas. Se trata, pues, de
convertir nuestro corazón en un corazón de bondad, de generosidad, de buenas
intenciones y de verdadero amor.
Por eso, conviene arrimarse al que es
verdadera Luz y puede orientarnos por el verdadero camino. Sería una gran
equivocación dejarnos llevar por los que están tan ciegos como nosotros. Sólo
Jesús es la Luz que nos puede alumbrar. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y
sólo en Él podemos encontrar la Luz que nos guíe hacia la Verdad.
Los hombres no pueden guiar a los hombres,
porque son pecadores y sus pasos están sujetos al error. Necesitamos abrirnos
al Espíritu Santo que, en Él, si podemos convertirnos en Luz y servir de guia a
otros. Nunca por nosotros mismos, sino siempre desde la acción del Espíritu
Santo, recibido en nuestro bautismo, que actúa en y por nosotros para el bien
de los demás. Es ahí de donde podemos sacar los frutos buenos.
Eso nos ayudará a ser humildes y ver los
defectos y errores en los demás de una forma más generosa, menos exigente y
acusadora y ser más reflexivos y auto críticos con los nuestros. Porque,
frecuentemente miramos para los otros acusándolos de fallos y pecados que, quizás,
son más grandes en nosotros. Seamos más compasivos, más misericordioso como
Dios, nuestro Padre, lo es con cada uno de nosotros.
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