Me voy dando cuenta, Señor, y por eso te doy las gracias, que no son mis esfuerzos ni mis empeños los que me transforman ni me dan la paz, sino, simplemente, tu Gracia. Y en eso estoy, en estos momentos de Gracia y lucidez recibida por el Espíritu Santo, después de seguirte tanto tiempo en actitud de colaborar contigo cuando en realidad eres Tú quien haces todo. Perdona, Señor, mi gran disparate, porque lo que me toca a mí es seguirte y dejarme modelar por tus Manos.
Seguirte, Señor, y ponerme en tus Manos. Hoy me lo recuerdas y me lo dices claramente con tu Palabra: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Gracias, Señor, por encender mi corazón y abrirme los ojos para ver que sólo Tú eres mi descanso, mi alivio y mi paz. Llevo mucho tiempo buscándote, Señor, pero, quizás en lugares equivocados. Sin darme cuenta he puesto mi paz en mis obras cuando la realidad es que sólo está en Ti. Me lo has advertido muchas veces: buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas Mt 6,33. y, erre que erre no me enteraba.
Sí, Señor, primero Tú y siempre Tú, pues todo lo demás son sólo apariencias y mentiras. Nadie da la vida por mí como lo haces Tú cada día, y de forma real y presente en cada Eucaristía. Te me entregas, Señor, y te conviertes en mi alimento, mi descanso y mi paz. Gracias de nuevo, Señor, por esa luz con la que me has iluminado para que deje de buscarte en las obras y pueda encontrarte en mí corazón. Porque, lo demás, Señor, confío que correrá de tu cuenta.
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