Mc 8,1-10 |
Lo primero que aprendemos en nuestra vida es a buscar el pan. Incluso, nuestra mayoría de edad se conoce cuando realmente estamos preparados para ser considerados como" buscadores del pan". Hemos oído muchas veces frases como esta: "Este trabajo me da de comer", o, "aquí está el pan de mis hijos". El pan parece ser el centro de nuestra vida y el que nos impulsa a movernos, pero, también, el centro de los conflictos y enfrentamiento de los hombres en este mundo.
Sin embargo, este pan, que nos importa mucho, es un pan perecedero y, por tanto, quienes se alimentan sólo de él también perecerán. Pero, la experiencia interior de cada hombre nos descubre que hay algo más que el simple alimento material. El hombre se experimenta un ser trascendente con aspiraciones que van más allá de lo simplemente material. Las satisfacciones materiales no llenan plenamente sus aspiraciones y, el hombre, se siente llamado a otras aspiraciones espirituales que dan pleno sentido a su vida.
En esa inquietud y busca el hombre descubre la necesidad de amar. Es un ser en relación y necesita amar y relacionarse en el amor con los demás. Un amor que nace desde la verdad, la justicia y el bien. Un amor que busca el bien del otro y se siente feliz dándose, por amor, a que se viva en la verdad, la justicia y la paz. Un amor que se descubre como fuente inagotable de gozo y felicidad.
Por eso, hacer el bien nace del compartir. Porque, cuando compartes, en verdad y justicia, haces el bien. No puedes cerrar tus oídos a esa verdad, y menos considerarte cristianos cuando tu corazón no es sensible a esa necesidad de dar y darte. Es decir, de compartir desde lo que eres y tienes. Desde tus talentos y bienes. Desde tu amor y tu disponibilidad. Eso es tener un corazón compasivo como el Señor.
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