Mt 5,17-37 |
Hay gestos y señales que, viéndolos, no nos muestran lo que realmente son. Sí, es verdad, que donde vemos humo presuponemos que hay o hubo fuego, pero esta premisa no siempre se cumple cuando se trata de interpretar lo que sucede en el corazón del hombre. Hablamos de gestos y señales que, realizadas en un momento determinado pueden confundirnos y llevarnos a error. No siempre lo que parece es lo que realmente es.
Una mirada puede revelarnos unas buenas o malas intenciones, pero, también, puede confundirnos. Todo eso nos lleva a pensar que la última palabra no la tienen los hechos en sí, sino la buena o mala intención que se cuece en lo más profundo del corazón humano y que da un sentido más profundo a la mera observación de la ley. No se trata de meramente cumplir, sino de hurgar en el fondo de nuestro corazón y purificar nuestras buenas o malas intenciones que, indudablemente, son las que dan respuesta y buena o mala moralidad a nuestras obras.
Parece que podemos matar, divorciarnos, adulterar y desprestigiar con el sólo deseo de engendrarlo en nuestro corazón sin necesidad de realizarlo o aparentarlo delante de los demás. Por tanto, una cosa es el hecho en sí y el cumplimiento de la ley, y, otra muy distinta la buena o mala intención que anida y vive en nuestro corazón.
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