No se puede entender un amor individual, sectario o enclaustrado a un colectivo particular. El amor no puede permanecer encasillado o circunscrito a una parcela determinada. El amor no puede pertenecer a un grupo selectivo ni permanecer cerrado a otras corrientes y perspectivas diferentes siempre que el denominador común sea la verdad, la justicia, la libertad y el respecto a los derechos de las personas. El Amor, por tanto, es universal, pues, de no ser así dejaría inmediatamente de ser amor y convertirse en egoísmo y egolatría.
El Amor llega a todos los rincones perfumando de buen olor con la verdad, la justicia, la libertad, la fraternida y la unidad. Un amor que no cumple estas premisas sería un amor falso, apoyado en apariencias y en la mentira. Por eso, la grandeza de amar está en proporción directa con la humildad. A más amor, más humildad. Y es que para amar se necesita imperiosamente ser humilde, y, por tanto, pequeño.
Y ser pequeño es hacerse niño. Es decir, ser como un niño consiste en tener un corazón abierto a la obediencia, a la pureza e ingenuidad de vivir en la verdad y sin mentiras. Sin dobleces ni malas intenciones que busquen aparentar y engañar. Y es que el amor nace en todos los rincones donde brote la semilla de la verdad, de la justicia, de las buenas intenciones y los valores que respetan los derechos naturales de las personas.
Porque, donde se respira esta atmósfera nace el verdadero y único amor. Un amor universal que une y rema en un mismo sentido por y para todos.
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