No saben que hacer
y deciden volver al trabajo. Supongo que algo así pensaron también los de Emaús. Y
es que cuando estás tocado, desilusionado o confundido tratas salir del
tedio y volver a las faenas cotidianas, hacer algo y distraerte. Es malo y
peligroso quedarte quieto. Reina una atmósfera dispersa y el grupo tiende a disolverse.
No está claro que ha sucedido con Jesús.
¿Dónde está? ¿Por qué se ha ido? Posiblemente sean las mismas preguntas que nos
podemos hacer ahora, en este momento. ¿No noto tu presencia, Señor y me siento
solo y desasistido? ¿Dónde andas? ¿Te has ido?
Sin embargo, el Señor está presente, se les aparece y les quiere dar ánimo. Juan, que está bastante cerca en el pensamiento y espíritu, intuye que aquel que está a la orilla y les invita a que echen las redes a la derecha es el Señor. La red sale cargada de peces. Es evidente, es el Señor. Y Pedro se lanza a su búsqueda. Sin embargo nadie se atreve a preguntarle. Intuyen, saben que es Él, pero todos se callan. Sin embargo permanecen unidos. Jesús es el centro y los reúne y une.
También lo hago ahora yo, Señor. Sé que estás ahí pero mejor callarme y dejar
que entres en mi corazón y te alojes en él. Yo te preparo, mejor que hablar, mi
rinconcito más confortable para que te acomodes, te sientas bien y estés
cómodo. Y me entrego, Señor, a tu Voluntad. Esa al menos es mi deseo y mi
voluntad. En tus manos me pongo, Señor
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