No le conocen, no
sospechan incluso que pueda ser el Señor. Quizás ni le esperan ni piensan que
pueda haber resucitado. Oyen rumores de mujeres pero palabras de mujeres no
tienen mucho crédito. Tienen que experimentar su propia experiencia y los de
camino de Emaús la han tenido. Concretamente, de eso hablan reunidos
compartiendo su propia experiencia. Comparten como sintieron que sus corazones ardían
al escuchar sus palabras y como le reconocieron al partir el pan.
Y ensimismados en
ese compartir su la fe que iba creciendo en ellos, Jesús se les aparece de
nuevo. Es evidente que Pentecostés marca el tiempo donde la fe ha ido creciendo
en el corazón de los apóstoles a través de los encuentros con el Señor.
Encuentros vivos donde la Persona de Jesús, naturaleza Humana y Divina, se les
hace presente
Una presencia viva
donde muestras sus manos y pies, signos vivos que ellos conocen y con los que
han compartido tres largos años. Esa experiencia viva de Jesús Resucitado les
marca sus vidas y les lanza a anunciarlo como Noticia de Salvación a todos los
hombres.
Es evidente que cuando
tienes una experiencia con el Señor quedas lleno de su Gracia y, por supuesto
decidido a anunciar esa dicha a todos los hombres. Porque, la salvación es para
todos, sin distinción de color, raza o etnia, y a todos hay que anunciarla. Sin
embargo, también se hace evidente que sin esa experiencia te será difícil
anunciarle. Por tanto, la pregunta que nos hacemos es: ¿Tenemos experiencia
viva de encuentro con el Señor?
O de otra manera: Si no la tenemos, ¿buscamos encontrarnos con el Señor a través de la oración, los Sacramentos o la Eucaristía? ¿O quizás dónde Él quiera presentársenos? Será responsabilidad por nuestra parte la de esforzarnos en buscarle y tener un encuentro con Él. ¿No crees que Él nos busca también y está deseoso de encontrarse con nosotros? De otra manera no tendría sentido dar su Vida por nosotros.
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