¿Cuántas veces nos
ha sucedido que nuestras esperanzas e intuiciones se han quedado en el camino?
¿Cuántas veces hemos sentido la desilusión y el desencanto que nos trae el
tomar conciencia que hemos fracasados? Precisamente eso es lo que contempla el
Evangelio de hoy: el desencanto y desilusión de los discípulos que se retiran a
Emaús.
¿Cuántas veces
hemos sido nosotros discípulos de Emaús? ¿Cuántas veces nos hemos desilusionado
con la Iglesia o con algunos de sus miembros ya sean sacerdotes o laicos? ¿Y
cuántas veces hemos decidido abandonar por nuestras dudas y porque pensamos que
quizás no ha sucedido nada? Sí, creo que, al menos yo, he tomado el camino de
Emaús como aquellos dos discípulos muchas veces.
Y siempre estoy en
peligro de volver a tomarlo por una sencilla razón: el demonio no para de
intentar seducirme, de confundirme y de convencerme para que abandone. Trata de
que llegue al convencimiento de que todo esto es un cuento y de que Jesús no ha
resucitado. Y me lo dices de muchas formas:
la vida es para disfrutarla; lo que importa es tener éxito, riquezas y
poder; en el placer está la felicidad y todo lo que tú quieras agregar.
¿Qué fue lo que despertó a los discípulos de Emaús? Aquella Persona que se les acercó y dialogó con ellos. Y les fue explicando lo que realmente había sucedido tal y como los Profetas lo habían dicho y Moisés liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto. De la misma forma, tú y yo tenemos que acercarnos a Jesús y escucharle, y pedirle que nos abra los ojos y el corazón para que ardan de entusiasmo, de alegría y experimentemos que Él Vive y está con nosotros.
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