Jesús lo deja muy
claro en el Evangelio de hoy lunes: (Jn 14,21-26): En
aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «El que tiene mis mandamientos
y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y
yo le amaré y me manifestaré a él». Es decir, que quien dice que le
ama pero luego no guarda los mandamientos está mintiendo. O dicho de otra
forma: Puedes decir lo que quieras, pero luego si no cumples lo dicho en obras
que se vean, estas mintiendo.
Así de sencillo y
claro. No se trata de simplemente hablar y decir, sino que la palabra tiene que
ir acompañada de la buena intención de convertirse en obra. De lo contrario el
testimonio sería opuesto a la palabra y en lugar de acercar aleja. Y en este
misterioso proceso entra la acción del Espíritu Santo.
Espíritu Santo que
hemos recibido todos los bautizados en el instante que hemos sido bautizados pero
que, no sabemos por qué razón, en unos actúa y en otros queda al margen.
Posiblemente dependerá de nuestra disposición a abrirnos a su acción, de
nuestra actitud a creer en la Palabra del Señor y al misterio de la fe. Lo que
sí es cierto es que unos ante el mismo estímulo responden y otros no.
A la edad de 16 años experimenté esa experiencia. Ya lo he comentado en otras ocasiones. Éramos veinte o treinta jóvenes los que recibimos la misma palabra y creo que fui uno o el único al que tocó el corazón. ¿Por qué sucede eso? La pregunta sigue vigente. Y también la responsabilidad de responder a esa supuesta gracia poniéndola al servicio de los demás con el fin de que se abran a la acción del Espíritu Santo.
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