Posiblemente en muchos
momentos podemos perder la calma. El ajetreo de la vida nos estresa y nos
agobia pero, permaneciendo en el Señor, siempre tendremos paz y, sobre todo,
confianza. La paz no se esconde en el apartarnos de los problemas y ajetreo de
la vida. La paz, la verdadera paz, está en saber que el Señor está presente en
nuestra vida e injertado en Él nada turba nuestra paz y paciencia.
No estamos equivocados
ni confundidos. El camino es ese tras las huellas de Jesús. Él es el Camino, la
Verdad y la Vida y nos llena plenamente de una vida abundante, gozosa y eterna.
Esa es nuestra meta, la verdadera meta que ya empezamos a vivir con esperanza y
gozo desde ahora, desde nuestro caminar diario de donde extraemos la fortaleza
necesaria para superarnos cada día.
Y todo eso lo vivimos
sabiendo que Jesús camina con nosotros. No creemos en un Dios lejano, abstracto
y configurado según nuestra imaginación. Hablamos y creemos en un Dios cercano,
manifestado a través de su Hijo y anunciado por su Palabra. Un Dios que se hace
carne y se nos va manifestando en las obras de Jesús, el Hijo que nos enseña y
nos muestra el Amor Misericordioso de su Padre.
Y avanzamos conscientes de que Él actúa en nosotros. De modo que todas nuestras obras sabemos que nacen de Él y están apoyadas en la acción de su Espíritu que actúa en nosotros. Eso nos da confianza, nos fortalece y nos sostiene en la humildad de sabernos asistidos y auxiliados por el Espíritu Santo. De modo que la paz, a pesar del ajetreo, dureza e inquietud del camino se mantiene firme en nosotros.
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