Es evidente que
somos seres necesitados. Incluso el poder y las riquezas no dan respuesta ni
solución a todos los problemas que se nos presentan. El hombre se siente
sometido a su propia naturaleza humana, sobre todo los más pobres, y busca liberarse.
Y Jesús, el Hijo de Dios, viene a liberar al hombre de su esclavitud, no solo
física sino espiritual al estar herido por el pecado.
Si nos damos
cuenta observamos que a pesar de nuestros pecados Jesús, nuestro Señor e hijo del
Padre, sale a nuestro encuentro y entrega su Vida por salvar la nuestra. Y lo
hace sin ninguna condición y a pesar de que nosotros ni lo merecemos ni le respondemos
aceptándole y obedeciéndole.
Y es más, Jesús se
compadece y nos dice en el Evangelio de hoy: (Mt 9,36—10:8): En
aquel tiempo, al ver Jesús a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque
estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a
sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de
la mies que envíe obreros a su mies”. Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para
expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los
doce Apóstoles son …
Observamos que Jesús
nos marca la prioridad: expulsar espíritus inmundos, curar toda enfermedad y
toda dolencia. No se trata de convencer ni de convertir a nadie sino de restaurar
la vida y dignidad de las personas. Y realmente experimento que esa es la
misión que tenemos que realizar: aliviar, sentirnos compasivos y
misericordiosos con el sufrimiento y el dolor de los más necesitados y pobres.
La conversión es cosa del Espíritu de Dios que es el único que realmente
convierte y transforma nuestros corazones.
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