Sabemos por
experiencia que el caballo de batalla para encontrar la paz es el perdón. Sin
perdón no se encuentra la paz. Sí, puedes que durante un tiempo creas que has
recobrado la paz con la falsa satisfacción de tu venganza pero tarde o temprano
la intranquilidad, el remordimiento de conciencia y el incandescente fuego del
rencor y la venganza hacen presencia de nuevo. Vengados y victimas luchan por
el desquite y mientras sus vidas peregrinan con el vivo deseo de venganza que
les quitan la paz.
En el momento de
entregar su Vida en la Cruz, Jesús, el Hijo de Dios, dijo estas hermosas
palabras: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.» (Lucas 23, 34). Nos
señala el camino como respuesta a las ofensas recibidas por nuestros enemigos.
Y en el Evangelio de hoy insiste en ese perdón como única arma para vencer el
odio, el rencor y la venganza entre los hombres: (Mt 5,38-42): En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por
ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al
que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele…
Esta muy claro, el
camino frente al odio, el mal, la violencia y la venganza es el perdón. Por eso
nos llenamos de alegría todos los que creemos en ese Padre bueno que Jesús, el
Hijo, nos presenta. Un Padre Misericordioso que nos perdona a pesar de nuestras
fechorías, desprecios, insultos y pecados. Y claro, nunca olvidar que solos
nunca podremos alcanzar ese perdón, no solo al amigo sino, sobre todo, al
enemigo. Tendremos que estar injertados como el sarmiento en la vid para dar
frutos, frutos de verdadero amor misericordioso como el Señor quiere de cada
uno de sus hijos.
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