Todo nos ha sido
regalado y todo lo que hagamos es pura gracia de Dios. Por tanto, nada
merecemos por cumplir con la misión que se nos ha dado. Simplemente, el hecho
de cumplir ya es gozo y felicidad.
Experimentamos que
el Amor de nuestro Padre Dios no nos esclaviza sino todo lo contrario, nos hace
libres y dueños de nosotros mismos. Es entonces cuando descubrimos que nuestro
gozo y felicidad se esconde en el servicio y en el amor misericordioso a los
demás.
Nos damos cuenta
de que ya lo habíamos vivido, sobre todo con nuestros hijos, pero advertimos
que este mandato del Señor es diferente, sale de los cánones sociales de este
mundo y entra en un nuevo orden de amor fraterno. Se hace extensivo a todo, es universal.
Esa es la
propuesta de Jesús: amar por encima de
la recompensa y el premio. Amar gratuitamente y sin esperar nada a cambio. Amar
hasta darnos plenamente hasta la última gota de nuestra sangre. ¿No fue eso lo
que hizo Él? Eso es lo que también debemos hacer nosotros sin más porque esa es
nuestra misión.
Claro, es evidente que eso no lo podemos hacer contando solo con nuestras propias fuerzas. Es evidente, necesitamos la Gracia de Dios y, sobre todo, su Misericordia, ante y por nuestras caídas y pecados. No esperemos, por tanto, merecer ningún premio sino todo lo contrario, tal y como termina el Evangelio de hoy: Lc 17, 7-10 ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’». Todo lo que nos venga dado es pura Gracia de Dios. Su Amor Infinito y Misericordioso nunca lo entenderemos hasta estar frente a Él.
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