Solo en el reconocimiento
de nuestra pequeñez podemos entender y descubrir la grandeza e infinita
Misericordia de nuestro Padre Dios. Mientras no nos bajemos del pedestal de la
prepotencia y de considerarnos dioses de nosotros mismos; de nuestra considera grandeza
humana; de nuestra soberbia y poder; de nuestra listeza e inteligencia y de
nuestra supremacía de hombre dueño del mundo, estaremos siempre lejos de
considerarnos criatura e hijos de nuestro Padre Dios.
María nos deja en
su canto del Magníficat su reconocimiento a su humilde condición humana y a la
grandeza de su Padre Dios. Mucho antes de dar a luz a la Palabra, María canta
el Evangelio con la alegría límpida de la gente pequeña, de aquellos que saben
que el manantial de su esperanza tiene su origen más allá de ellos mismo. El
Magníficat habla de grandeza, de proezas y de memoria misericordiosa a partir
de la conciencia clara de la propia fragilidad. Solo cuando nos reconocemos en
nuestra verdadera medida de criaturas, solo cuando asumimos serenamente los
límites y dejamos de jugar a ser dioses, podemos, volcado con amor eterno hacia
nuestra pequeñez y miseria, siempre dispuestos a auxiliarnos y a hacer obras
grandes en la insignificancia de una
vida que Él ama con locura (del Evangelio Diario en la compañía de Jesús –
diciembre 22 - 2023 – comentarios de Margarita Saldaña).
Y por eso,
anunciada como Madre del Mesías canta el bello canto de reconocimiento de la
grandiosa obra del Señor, su Dios en esa maravilla que es el canto del Magníficat:
«Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.