Por tradición le
correspondería el nombre de Zacarías, como su padre, pero, sin embargo su
nombre fue Juan. Quizás su misión está relacionada con su nombre. Juan fue
siempre un hombre fiel a su conciencia y capaz de dar su vida por preparar y
anuncia la venida del Salvador,
¿Qué será de ese
niño?, se preguntaban sus familiares, parientes y la gente de su entorno. Su
nacimiento, obrado en un misterio milagroso del Señor y su predestinado nombre
de Juan, auguraban una misión especial y grandiosa. Juan fue llamado por Jesús
como el hombre más grande nacido de mujer.
Conocemos la
historia y la obra de Juan. La podemos leer en los Evangelios, pero lo que
quizás nos importa ahora es conocer nuestra propia misión. Quizás nuestro
nombre, bajo la gracia del nuestro bautismo y la asistencia del Espíritu Santo,
tenga también una misión concreta que nos toca descubrir a lo largo de nuestro
camino. Empeñémonos en ello y pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine, nos
fortalezca y nos dé la sabiduría necesaria para descubrir la misión que
corresponde a nuestro nombre.
Sí, creamos que la mano del Señor está también sobre nosotros. Así termina este pasaje evangélico, y así debemos nosotros tratar de responder al Señor. No pensemos por eso en grande obras ni acciones espectaculares, pero sí saber que estamos llamados e invitados a la Casa del Padre y que llegaremos si cumplimos con la misión que se nos haya dado.
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