El secreto del
gozo y la felicidad se esconde en la exclusión y negación de tus egoísmos y de
tu propia identidad. Amar consiste en olvidarte de ti porque de estar tú
presente el otro será excluido. Solo en la medida que tengas presente el bien
del otro podrás salir de tus egoísmos y buscar lo mejor para quienes te rodean
o se cruzan en tu vida. Precisamente, en eso consiste el amor, en negarse a sí
mismo.
¿Acaso concibes un
amor que se satisfaga a sí mismo, un amor que busque sus satisfacciones y gozo
sin tener en cuenta al otro? ¿No es eso egoísmo? Juan el Bautista tenía muy claro ese concepto
de amar. Sabía muy bien su misión y sabía que su gozo y alegría descansaban en
la presencia y protagonismo del Señor. Precisamente, Él era el Mesías esperado
y él solo en que lo proclamaba, el que lo anunciaba y preparaba el camino para
que luego Él tomará su papel de verdadero Mesías e hijo de Dios enviado a este
mundo a salvar a todos los hombres y liberarlos de la esclavitud del pecado.
¿Sabemos nosotros
también nuestra misión? ¿Sabemos quienes somos y a dónde vamos? ¿Y que tenemos
que hacer, exigirnos y vivir para que el Reino de Dios y esa conversión de
arrepentimiento que proclamaba Juan esté en nosotros? La experiencia cotidiana
de fe confirma que estamos llamados continuamente a decrecer, a quitarnos del
medio para que sea manifestado el Señor y para que todos nuestros actos sean
fiel reflejo de Él.
En eso estamos y en ese esfuerzo experimentamos el gozo y la alegría, tal y como nos testimonia Juan, que sale de nuestro empeño por gastar todo nuestro tiempo, nuestro talento y todo lo que tenemos para ponerlo al servicio del bien de los demás desapareciendo nosotros de la escena del protagonismo y dejando todo para el Señor, verdadero Protagonista al que ninguno de nosotros somos merecedores de desatarle el cordón de su sandalia.
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