En principio nos
parece adecuado el comportamiento de Jesús a la súplica de aquella mujer
cananea. El pan es sólo para los ciudadanos de Israel. El Mesías ha sido
enviado al pueblo de Israel. No está bien, tal como dice Jesús, tomar el pan de
los hijos y echárselo a los perros.
Posiblemente
estemos de acuerdo y pensemos que así debe ser, pero, aquella mujer no se
cierra a esa respuesta. Piensa que la Misericordia de Dios, un Padre Bueno,
debe y puede llegar a todos, y en esa esperanza y creencia, responde: «Tienes
razón, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la
mesa de los amos» Y Jesús responde: «Mujer,
qué grande es tu fe; que se cumpla lo que deseas» En aquel momento
quedó curada su hija. Una vez más queda demostrada que la Misericordia del Señor
alcanza a todos, independiente de pueblos, razas, color o lugar de nacimiento.
Y ahora, ¿cuál es
nuestra fe? ¿Creemos en la Misericordia Infinita de Dios, nuestro Padre?
¿Creemos que Jesús, el Hijo de Dios, ha venido a anunciar la Infinita
Misericordia de su Padre a todos los hombres, sin distinción de raza, color,
etnia o lugar? Pues, si así lo creemos, nuestra respuesta debe ser la de, en la
medida de nuestra situación, capacidad o lugar, responder con nuestra vida y
obras tratando de vivir en la Voluntad de nuestro Padre Dios.
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